viernes, 10 de junio de 2011

MUJERES ALREDEDOR DEL FUEGO


Alguien me dijo que no es casual…que desde siempre las elegimos.


Que las encontramos en el camino de la vida, nos reconocemos y sabemos que

en algún lugar de la historia de los mundos fuimos del mismo clan.

Pasan las décadas y al volver a recorrer los ríos esos cauces, tengo muy

presentes las cualidades que las trajeron a mi tierra personal.

Valientes, reidoras y con labia.

Capaces de pasar horas enteras escuchando, muriéndose de risa, consolando.

Arquitectas de sueños, hacedoras de planes, ingenieras de la cocina,

cantautoras de canciones de cuna.

Cuando las cabezas de las mujeres se juntan alrededor de “un fuego”, nacen

fuerzas, crecen magias, arden brasas, que gozan, festejan, curan,

recomponen, inventan, crean, unen, desunen, entierran, dan vida,

rezongan, se conduelen.



Ese fuego puede ser la mesa de un bar, las idas para afuera en vacaciones, el patio de

un colegio, el galpón donde jugábamos en la infancia, el living de una

casa, el corredor de una facultad, un mate en el parque, la señal de

alarma de que alguna nos necesita o ese tesoro incalculable que son las

quedadas a dormir en la casa de las otras.

Las de adolescentes después de un baile, o para preparar un examen, o para

cerrar una noche de cine. Las de “veníte el sábado” porque no hay nada

mejor que hacer en el mundo que escuchar música, y hablar, hablar y

hablar hasta cansarse.

Las de adultas, a veces para asilar en nuestras almas a una con desesperanza en los ojos, y

entonces nos desdoblamos en abrazos, en mimos, en palabras, para

recordarle que siempre hay un mañana.

A veces para compartir, departir, construir, sin excusas, solo por las meras

ganas. El futuro en un tiempo no existía. Cualquiera mayor de 25 era de

una vejez no imaginada…y sin embargo…detrás de cada una de nosotras,

nuestros ojos.



Cambiamos. Crecimos. Nos dolimos. Parimos hijos. Enterramos muertos. Amamos.

Fuimos y somos amadas. Dejamos y nos dejaron. Nos enojamos para toda la

vida, para descubrir que toda la vida es mucho y no valía la pena.

Cuidamos y en el mejor de los casos nos dejamos cuidar. Nos casamos,

nos juntamos, nos divorciamos. O no. Creímos morirnos muchas veces, y

encontramos en algún lugar la fuerza de seguir. Bailamos con un hombre,

pero la danza más lograda la hicimos para nuestros hijos al enseñarles

a caminar. Pasamos noches en blanco, noches en negro, noches en rojo,

noches de luz y de sombras. Noches de miles de estrellas y noches

desangeladas. Hicimos el amor, y cuando correspondió, también la

guerra. Nos entregamos. Nos protegimos. Fuimos heridas e

inevitablemente, herimos. Entonces…los cuerpos dieron cuenta de esas

lides, pero todas mantuvimos intacta la mirada. La que nos define, la

que nos hace saber que ahí estamos, que seguimos estando y nunca

dejamos de estar. Porque juntas construimos nuestros propios cimientos,

en tiempos donde nuestro edificio recién se empezaba a erigir. Somos

más sabias, más hermosas, más completas, más plenas, más dulces, más

risueñas y por suerte, de alguna manera, más salvajes. Y en aquel

tiempo también lo éramos, sólo que no lo sabíamos. Hoy somos todas

espejos de las unas, y al vernos reflejadas en esta danza cotidiana, me

emociono. Porque cuando las cabezas de las mujeres se juntan alrededor

“del fuego” que deciden avivar con su presencia, hay fiesta, hay

aquelarre, misterio, tormenta, centellas y armonía. Como siempre. Como

nunca. Como toda la vida. Para todas las brasas de mi vida, las que

arden desde hace tanto, y las que recién se suman al fogón.
 
Gracias Simone Seija Paseyro!!





1 comentario:

  1. yo soy una brasita????
    jajajja
    Muy bonito,me veo en ti....
    un beso

    Tq xxx

    ResponderEliminar