miércoles, 29 de junio de 2011

cuento, espiritual, pinocho

Los relatos hacen que nos resulte más fácil recordar las cosas; también nos llevan hasta un nivel de comprensión más profundo que el del intelecto. Quizás sea por eso por lo que algunos de los grandes maestros espirituales se explicaron por medio de fábulas, mitos y parábolas.




Vamos a traducir algunos conceptos abstractos de este capítulo a imágenes sencillas pero poderosas. Bajo la forma de una parábola podemos recoger los temas esenciales del propósito de la vida y de la misión que compartimos todos. Es el cuento de Pinocho, una leyenda bien conocida que ha sido reinterpretada por ese maestro creador de mitos de nuestro tiempo, Walt Disney.



Cuando vaya leyendo el resumen del argumento que presentamos a continuación, piense en Pinocho como símbolo del alma huma­na en su viaje de evolución espiritual. El relato de Pinocho es el de usted.



Pinocho es creado bajo la influencia de dos personajes, uno mas­culino y el otro femenino, del mismo modo que las lecturas de Cayce se refieren algunas veces a «Dios Padre-Madre». En primer lugar, Pinocho es tallado por el amable carpintero Geppetto. Después, el Hada Azul le hace una visita de noche y, con un toque de su varita mágica, le otorga el don de la vida. Al mismo tiempo, elige a un gri­llo que pasaba por allí sin sospechar nada, llamado Pepito, y le enco­mienda una misión: permanecer junto a Pinocho y ser su conciencia. Esto nos recuerda algo que se encuentra en las lecturas de Cayce sobre nuestra creación: Dios puso en la mente inconsciente de cada alma la conciencia de la verdad.



Cuando Geppetto se despierta a la mañana siguiente, se vuelve loco de alegría. Organiza una fiesta para celebrar la nueva vida de Pinocho. Cuanto más lo piensa Geppetto, más claro tiene cuál es su mayor deseo. Desea que Pinocho llegue a ser un niño de verdad.



Geppetto, que sabe que su deseo sólo puede hacerse realidad si Pinocho aprende y crece, envía a su hijo a la escuela. En una escena muy significativa, Pinocho sale por la puerta principal conducido por su padre. Emprende un camino cargado de propósito, acompañado únicamente de su amigo Pepito Grillo. Pinocho no se escapa de su casa. Sale de ella con las bendiciones de su padre, y su propósito es la mejora personal del propio Pinocho. Emprende una aventura para mejorarse, para convertirse en algo superior: en un niño de verdad.



Pero, en cuanto «sale al mundo», surgen los problemas. Haciendo uso de su libertad recién descubierta, Pinocho toma algunas decisio­nes equivocadas. Se encuentra con la tentación, personificada en Juan el Honrado, el zorro malvado. Pepito Grillo protesta, pero no sirve de nada. En primer lugar. Pinocho sucumbe ante la tentación del orgullo. Sigue a Juan el Honrado y se une a una comparsa de circo. Recibe grandes aplausos al actuar como la marioneta que sabe bailar sin hilos. Por desgracia, la fama sólo se puede disfrutar en pequeñas dosis. Después de cada actuación lo encierran en una jaula, y sólo cuando interviene el Hada Azul con su gracia puede quedar libre y recibe otra oportunidad. Pero antes de ser liberado. Pinocho sufre la vergonzosa experiencia de ver cómo le crece la nariz cada vez que dice una mentira al Hada Azul. La mentira es característica del mal que influye sobre Pinocho. En concreto, en su estudio sobre la natura­leza del mal titulado La gente de la mentira, Scott Peck lo define como el rasgo central por el que podemos identificar el mal. En el fondo, no podemos ocultar el origen de nuestros motivos: lo tenemos escrito en el rostro. En Pinocho, esto adquiere una forma simbólica exagerada, manifestándose en la longitud de su nariz.



Pepito Grillo está decidido a ayudar a Pinocho a no salirse del buen camino esta vez, pero tardan poco en presentarse nuevas tenta­ciones. Vuelve a aparecer Juan el Honrado, y esta vez le presenta una oferta difícil de rechazar. Pinocho es invitado a la Isla del Placer, un lugar donde los niños pueden divertirse todo el día y satisfacer todos sus deseos. Pepito Grillo sabe que de un lugar así no puede venir nada bueno, pero Pinocho no hace caso de sus consejos. Al cabo de poco tiempo ya lo está pasando muy bien en esta isla llena de juegos y de dulces.



Por supuesto, la Isla del Placer es un símbolo de nuestro propio materialismo por el que sólo buscamos satisfacer nuestros deseos. ¿Qué les sucede a Pinocho y a los demás niños si pasan allí demasiado tiempo? Que empiezan a convertirse en animales; en burros, para ser exactos. El asno es una buena imagen del estado al que caímos como almas. Nos olvidamos de quiénes éramos y de cuál era nuestra misión, del mismo modo que Pinocho se olvidó de a qué lo envió Geppetto.



Cuando Pinocho advierte que le están creciendo orejas y rabo de burro, se dirige a Pepito Grillo para pedirle ayuda. Todavía tiene tiempo de escapar. El «arrepentimiento» de Pinocho da resultado, porque Pepito Grillo sabe cómo puede escaparse de la isla. En cuanto están libres del peligro más inmediato, empiezan a buscar a Geppetto. Pero ¿dónde está? Vuelven a su casa y descubren que ha desapareci­do: ha ido a buscar a Pinocho. Esta imagen tiene una importancia especial para nosotros. Nos da a entender que no sólo buscamos nosotros a Dios, sino que Dios nos busca a nosotros.



Pinocho recibe indicaciones sobre el paradero de su padre. Podrá encontrarlo en el fondo del mar, en el vientre de la gran ballena Monstruo. Este «gran pez» se ha tragado la barca de Geppetto. Es pre­ciso reconocer que una ballena es un mamífero y no un pez, pero si forzamos un poco los hechos podemos llegar a una interpretación interesante. El pez es un antiguo símbolo de la reconciliación del espíritu y la materia. El mar es un símbolo del inconsciente. Así, ¿dónde encontrará Pinocho lo que busca? ¿Dónde encontraremos el objeto de nuestra aspiración espiritual? Dentro de nuestro propio yo inconsciente. Nuestra verdadera naturaleza espiritual reside allí.



Cuando Pinocho y Pepito Grillo buscan a Geppetto por el mar, afortunadamente los traga la misma ballena. En el vientre de Monstruo tiene lugar una alegre reunión de Pinocho con su padre. Pero pronto se dan cuenta de lo apurado de su situación. Deben escaparse de alguna manera para seguir juntos a la luz del día y en tierra firme. Dicho de otro modo, nuestro viaje espiritual no termina cuando empezamos a reencontrarnos con nuestras profundidades espirituales en nuestros sueños, en nuestras oraciones o en nuestras meditaciones. El paso siguiente es llevar ese estado superior de la conciencia a la vida diaria, y esa suele ser la tarea más difícil.



En la parábola. Pinocho tiene un plan. Se le ocurre una manera de escapar, pero requiere mucha fuerza y valor. En un momento dado, parece que Geppetto se va a ahogar, y Pinocho se sacrifica para salvar a su padre. Cuando Geppetto vuelve en sí en la playa, se encuentra a su lado el cuerpo sin vida de su hijo. Muy afectado, se lleva el cuerpo a su casa y lo deposita en una cama. Para su sorpresa, el Hada Azul vuelve y toca de nuevo a Pinocho con su varita. Este resucita y se cumple así su misión: vuelve a la vida como un niño de verdad.



Esta parábola de nuestro propio viaje del desarrollo espiritual nos cuenta partes del relato que todavía no hemos cumplido. Usted puede preguntarse en qué parte del relato está. Puede encontrarse a sí mismo en muchos puntos. Seguramente pasa una parte de cada día en el esta­do de conciencia simbolizado por la Isla del Placer. Puede tener algu­nos momentos en los que intenta abandonar la isla, y otros momentos en los que está buscando a su propio Geppetto. Sea cual sea la parte de este relato mítico en que parezca encontrarse con más frecuencia, la buena noticia es su final.



Éste es el significado de la vida: seguimos el proceso de conver­tirnos en compañeros de Dios, conscientes y cocreadores. Puede que el florecimiento de nuestra verdadera naturaleza esté lejos todavía, pero cada día podemos hacer algo que nos lleve un paso más en esa dirección. El propósito de la vida que compartimos todos es hacer finito lo infinito; dar expresión individual a cualidades espirituales.



Pinocho es creado bajo la influencia de dos personajes, uno mas­culino y el otro femenino, del mismo modo que algunas veces nos referimos a «Dios Padre-Madre». En primer lugar, Pinocho es tallado por el amable carpintero Geppetto. Después, el Hada Azul le hace una visita de noche y, con un toque de su varita mágica, le otorga el don de la vida. Al mismo tiempo, elige a un gri­llo que pasaba por allí sin sospechar nada, llamado Pepito, y le enco­mienda una misión: permanecer junto a Pinocho y ser su conciencia. Esto nos recuerda algo sobre nuestra creación: Dios puso en la mente inconsciente de cada alma la conciencia de la verdad.



Cuando Geppetto se despierta a la mañana siguiente, se vuelve loco de alegría. Organiza una fiesta para celebrar la nueva vida de Pinocho. Cuanto más lo piensa Geppetto, más claro tiene cuál es su mayor deseo. Desea que Pinocho llegue a ser un niño de verdad.



Geppetto, que sabe que su deseo sólo puede hacerse realidad si Pinocho aprende y crece, envía a su hijo a la escuela. En una escena muy significativa, Pinocho sale por la puerta principal conducido por su padre. Emprende un camino cargado de propósito, acompañado únicamente de su amigo Pepito Grillo. Pinocho no se escapa de su casa. Sale de ella con las bendiciones de su padre, y su propósito es la mejora personal del propio Pinocho. Emprende una aventura para mejorarse, para convertirse en algo superior: en un niño de verdad.



Pero, en cuanto «sale al mundo», surgen los problemas. Haciendo uso de su libertad recién descubierta, Pinocho toma algunas decisio­nes equivocadas. Se encuentra con la tentación, personificada en Juan el Honrado, el zorro malvado. Pepito Grillo protesta, pero no sirve de nada. En primer lugar. Pinocho sucumbe ante la tentación del orgullo. Sigue a Juan el Honrado y se une a una comparsa de circo. Recibe grandes aplausos al actuar como la marioneta que sabe bailar sin hilos. Por desgracia, la fama sólo se puede disfrutar en pequeñas dosis. Después de cada actuación lo encierran en una jaula, y sólo cuando interviene el Hada Azul con su gracia puede quedar libre y recibe otra oportunidad. Pero antes de ser liberado. Pinocho sufre la vergonzosa experiencia de ver cómo le crece la nariz cada vez que dice una mentira al Hada Azul. La mentira es característica del mal que influye sobre Pinocho. En Pinocho, esto adquiere una forma simbólica exagerada, manifestándose en la longitud de su nariz.



Pepito Grillo está decidido a ayudar a Pinocho a no salirse del buen camino esta vez, pero tardan poco en presentarse nuevas tenta­ciones. Vuelve a aparecer Juan el Honrado, y esta vez le presenta una oferta difícil de rechazar. Pinocho es invitado a la Isla del Placer, un lugar donde los niños pueden divertirse todo el día y satisfacer todos sus deseos. Pepito Grillo sabe que de un lugar así no puede venir nada bueno, pero Pinocho no hace caso de sus consejos. Al cabo de poco tiempo ya lo está pasando muy bien en esta isla llena de juegos y de dulces.



Por supuesto, la Isla del Placer es un símbolo de nuestro propio materialismo por el que sólo buscamos satisfacer nuestros deseos. ¿Qué les sucede a Pinocho y a los demás niños si pasan allí demasiado tiempo? Que empiezan a convertirse en animales; en burros, para ser exactos. El asno es una buena imagen del estado al que caímos como almas. Nos olvidamos de quiénes éramos y de cuál era nuestra misión, del mismo modo que Pinocho se olvidó de a qué lo envió Geppetto.



Cuando Pinocho advierte que le están creciendo orejas y rabo de burro, se dirige a Pepito Grillo para pedirle ayuda. Todavía tiene tiempo de escapar. El «arrepentimiento» de Pinocho da resultado, porque Pepito Grillo sabe cómo puede escaparse de la isla. En cuanto están libres del peligro más inmediato, empiezan a buscar a Geppetto. Pero ¿dónde está? Vuelven a su casa y descubren que ha desapareci­do: ha ido a buscar a Pinocho. Esta imagen tiene una importancia especial para nosotros. Nos da a entender que no sólo buscamos nosotros a Dios, sino que Dios nos busca a nosotros.



Pinocho recibe indicaciones sobre el paradero de su padre. Podrá encontrarlo en el fondo del mar, en el vientre de la gran ballena Monstruo. Este «gran pez» se ha tragado la barca de Geppetto. Es pre­ciso reconocer que una ballena es un mamífero y no un pez, pero si forzamos un poco los hechos podemos llegar a una interpretación interesante. El pez es un antiguo símbolo de la reconciliación del espíritu y la materia. El mar es un símbolo del inconsciente. Así, ¿dónde encontrará Pinocho lo que busca? ¿Dónde encontraremos el objeto de nuestra aspiración espiritual? Dentro de nuestro propio yo inconsciente. Nuestra verdadera naturaleza espiritual reside allí.



Cuando Pinocho y Pepito Grillo buscan a Geppetto por el mar, afortunadamente los traga la misma ballena. En el vientre de Monstruo tiene lugar una alegre reunión de Pinocho con su padre. Pero pronto se dan cuenta de lo apurado de su situación. Deben escaparse de alguna manera para seguir juntos a la luz del día y en tierra firme. Dicho de otro modo, nuestro viaje espiritual no termina cuando empezamos a reencontrarnos con nuestras profundidades espirituales en nuestros sueños, en nuestras oraciones o en nuestras meditaciones. El paso siguiente es llevar ese estado superior de la conciencia a la vida diaria, y esa suele ser la tarea más difícil.



Pinocho tiene un plan. Se le ocurre una manera de escapar, pero requiere mucha fuerza y valor. En un momento dado, parece que Geppetto se va a ahogar, y Pinocho se sacrifica para salvar a su padre. Cuando Geppetto vuelve en sí en la playa, se encuentra a su lado el cuerpo sin vida de su hijo. Muy afectado, se lleva el cuerpo a su casa y lo deposita en una cama. Para su sorpresa, el Hada Azul vuelve y toca de nuevo a Pinocho con su varita. Este resucita y se cumple así su misión: vuelve a la vida como un niño de verdad.



Esta parábola de nuestro propio viaje del desarrollo espiritual nos cuenta partes del relato que todavía no hemos cumplido. Puedes preguntarte en qué parte del relato estás? Puedes encontrarte a ti mismo en muchos puntos. Seguramente pasas una parte de cada día en el esta­do de conciencia simbolizado por la Isla del Placer. Puedes tener algu­nos momentos en los que intentas abandonar la isla, y otros momentos en los que estás buscando a su propio Geppetto. Sea cual sea la parte de este relato mítico en que parezca encontrarte con más frecuencia, la buena noticia es su final.



Éste es el significado de la vida: seguimos el proceso de conver­tirnos en compañeros de de la Energía Divina, conscientes y cocreadores. Puede que el florecimiento de nuestra verdadera naturaleza esté lejos todavía, pero cada día podemos hacer algo que nos lleve un paso más en esa dirección. El propósito de la vida que compartimos todos es hacer finito lo infinito; dar expresión individual a cualidades espirituales.
 

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