viernes, 4 de marzo de 2011

Diosas Sabias y Brujas

Está demostrada con amplitud la primacía de la mujer en las etapas iniciales de la sociedad. El matriarcado fue la expresión de la organización social en torno al papel primordial de la mujer en la actividad económica y social, así como del reconocimiento de su condición de fuente de vida. Eran tiempos en los que no se conocía la relación causal entre coito y fecundación. Se atribuía esta última a la acción de los vientos o de los ríos, desconociéndose la cuota del hombre en la procreación. El concepto de paternidad simplemente no existía. La descendencia se reconocía por la vía matrilineal.




La creación de las cosas y el régimen sobre la naturaleza y la sociedad se explicaban a partir de la acción de deidades femeninas. Los mitos más remotos recogen esta visión del mundo, y los registros antropológicos más antiguos abundan en referencias a “la Diosa” y a la fertilidad como atributo femenino. La Luna (aunque un Sol femenino también es registrado en varios lugares) era el símbolo de esa fertilidad; y sus tres fases -nueva, llena y vieja- representaban las tres edades de la matriarca -doncella, ninfa y vieja- en consonancia también con los cambios de estación. Es probable que éste sea el origen de las tríadas de Diosas en el pensamiento religioso primitivo, tríadas que en realidad revelarían las tres caras de la misma diosa.



La "trinidad" (santísima o no, femenina o masculina) tiene, pues, antecedentes muy remotos y se encuentra en la mayoría de las mitologías más conocidas. En la Grecia primitiva, por ejemplo, se puede observar que la tríada fue: Selene-Afrodita-Hécate; mientras que en la época de los poemas homéricos, cuando ya existía el orden patriarcal, encontramos todavía una tríada femenina: Atenea-Afrodita-Hera (recuérdese el Juicio de Paris) aunque subordinada a una nueva trinidad reinante, la masculina de Hades-Poseidón-Zeus.



Según uno de los mitos griegos, un personaje femenino llamado Eurínome, “la Diosa de Todas las Cosas” surgida del Caos, es la que dio inicio a la creación.



Mucho tiempo después, establecida la relación causal entre la cópula y la procreación, mejoró la función social y religiosa del hombre. Tuvo que pasar mucha agua bajo el puente para que en un momento dado de la historia el príncipe consorte se rebelara contra la matriarca e impusiera su dominio, transformando radicalmente las estructuras sociales, económicas y religiosas, y abriendo las puertas a la sociedad patriarcal. Los mitos de las diferentes civilizaciones también reflejan este crucial momento en la historia de la humanidad. En la literatura antigua podemos apreciar una representación trágica de este suceso: En la Orestíada de Esquilo -que se inicia con el asesinato de Agamenón a su regreso de Troya-, Orestes mata a su madre, la uxoricida Clitemnestra, vengando la muerte de su padre vencedor de Troya. Este hecho provoca la persecución de las divinidades ancestrales sobre el matricida. Los dioses jóvenes representantes de un nuevo orden acuden en defensa de Orestes, perseguido por las antiguas deidades protectoras del derecho matrilineal. El crimen de Orestes es en extremo repudiable: dio muerte a su progenitora, a quien le dio la vida; por el contrario el crimen de Clitemnestra es menor: no estaba ligada a su esposo por los lazos de la sangre. Luego de un juicio donde las partes esgrimen sus mejores argumentos, se impone la nueva hornada de deidades (principalmente Apolo y Atenea) simbolizando el establecimiento del derecho patrilineal. El nacimiento de Atenea de la cabeza de Zeus y no de una mujer, explica el acomodo de esta antigua diosa a las nuevas condiciones; era importante reubicar a la protectora de los reinos helénicos (también de Troya que contaba con el famoso Paladión que robaron Ulises y Diomedes).



El cambio en el control del poder en la sociedad se vio reflejado en la religión: el Dios-masculino se hizo el más importante y poderoso, desplazando y subordinando a la ancestral Diosa.



La Biblia empieza realmente su historia (con Abram) cuando el patriarcado ya era una institución sólidamente establecida, que arrastraba sin embargo los rezagos de antiguas creencias vigentes entre el pueblo hebreo. En sus primeros libros, la Biblia todavía registra la creencia de ese pueblo en Diosas paganas que coexisten con el Dios Creador Masculino, revelando así una de las fuentes de la que se nutre su mitología. Da testimonio de que los hebreos también rendían culto a la diosa Aserá, cuyas imágenes reverenciaban; y honraban a Astarté, diosa de los fenicios y de los filisteos, a quien las mujeres hebreas presentaban ofrendas. Paulatinamente al Dios Creador Masculino se le fueron atribuyendo títulos y atributos de otras deidades del cercano oriente.



El mito de Eva, creada con la costilla de Adán, representaría la supremacía masculina, sepultando de ese modo la ancestral divinidad de Eva quien era la representación de la primitiva Diosa de la época matriarcal, fuente de vida, "madre de todos los vivientes" como repite el Génesis (recordando a Ishtar o Anat o Hebe).



El mito de Pandora como responsable de que los males castiguen a los mortales, tiene un contenido claramente sexista. En general, como consecuencia del establecimiento de la sociedad patriarcal, las mujeres pasaron de ser eje de la sociedad, fuente de vida y sacerdotisas de la Diosa, a la condición de seres de segundo orden, receptáculos de la semilla procreadora del hombre y propiciadoras de lo maligno. No pueden ser rabinos ni sacerdotes, no pueden participar activamente en la sinagoga ni oficiar la misa católica; su capacidad para menstruar las convierte en impuras para los oficios religiosos, su personalidad cambiante las convierte en aliadas naturales del demonio en su afán de perder al hombre virtuoso (La figura de Eva y la serpiente perdiendo al pobre Adán es recurrente cuando se trata de valorar el papel de la mujer desde el punto de vista de las religiones judeocristianas. Por tal motivo, a fin de establecer un paradigma de mujer, a mediados del primer milenio de nuestra era, la religión católica elevó la figura de la “inmaculada” “virgen” María, estableciendo artificial y dogmáticamente un mito que antes no existía entre los cristianos).

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